El gallo, la serpiente y el cerdo – el deseo, el odio y el engaño – quien persigue uno de ellos, da vuelta tras vuelta al cubo de la rueda, representa las fuerzas fundamentales que impulsan al Samsara. El gallo rojo es un símbolo de avaricia y lujuria, constantemente escarbando la tierra en busca de comida, la serpiente verde deslumbra con lo maligno, ojos llenos de odio, y el cerdo negro se revuelca en el lodo de la ignorancia. Cada uno muerde fuertemente la cola de cada uno – avaro, odioso, y ciego.
Estos “tres venenos” – deseo, odio, y engaño – están entrelazados. Cuando nosotros actuamos hacia la avaricia nosotros odiamos que acerquemos nuestro camino y reforcemos nuestra ignorancia fundamental. Esta es la ignorancia del hecho que el mundo mundano no puede completamente cumplir con nuestros deseos, que todo nuestro sufrimiento es causado por nuestra avaricia, la felicidad comienza cuando termina la avaricia, y que ahí está el camino que debemos seguir la iniciativa de suspender con la avaricia.
Ignorante de esto, incapaz o deseando no recordarlos, constantemente actuamos, hablamos, y pensamos de maneras que simplemente no son provechosas. “Descontento con mi estado actual de aburrimiento, prendo la tele y estúpidamente tomo unos momentos para ver la novela antes de ir a la cocina, a poner un poco más de peso encima, por motivo de la fugaz experiencia sensorial de comer pan y miel. Luego voy al cuarto para hacer una llamada a un amigo con quien hablo sarcásticamente de otro amigo en común, que me irrita. Y así vamos. Una y otra vez, vueltas y vueltas. Deseo, aversión, deseo, aversión. Fugaces estados mentales uno tras otro .Actuando de esta manera me mantengo ligeramente anestesiado, tomando esto, rechazando aquello, arrastrado de momento a momento por un profundo sentido de insatisfacción, que no estoy dispuesto a reconocer.
. El Buda nunca condena el deseo, el odio y el engaño como pecado. Ellos son simplemente una parte del camino de como son las cosas, una parte de la manera como somos, sin embargo, él dice, que si deseamos escapar del sufrimiento debemos liberarnos de sus cadenas. Esto no es fácil, para los tres venenos extendidos en la misma raíz del Samsara.
Para cualquier organismo que exista, dos factores deben tomarse en cuenta. El organismo debe tener un límite, así que podemos decir “el organismo esta dentro del límite, el resto del mundo está fuera de él”. Luego debe tener la capacidad de mantener este límite más o menos intacto para tomarse a si mismo lo que necesita para su supervivencia y apartar por si mismo cualquier cosa que lo amenace. Esta es la verdad de todos los organismos: seres humanos, jirafas, peces de colores, y amibas unicelulares, como también: las ciudades, países, corporaciones públicas. Los animales que no pueden alimentarse o defenderse por si solos, se convierten en comida para otros animales. Países que no pueden mantener sus fronteras son absorbidos por sus vecinos poderosos. Tomar para si lo que es necesario y rechazar lo que amenace son dos acciones intrínsecamente necesarias para todas las formas de vida.
Sin embargo, ¿Cuál es el límite? Esto, en un sentido el problema esencial del ser humano no iluminado. Aunque, para sobrevivir de una manera normal, necesitamos tomar alimento y expulsar lo que nos amenaza, terminamos tomando el tema de nuestras fronteras demasiado en serio. Tratándolos como si fuesen fijos e inmutables, y de este modo vivimos confinados a los límites de nuestra piel, como si fuéramos de algún modo en esencia separados del resto de la vida. Y de esta manera los tres venenos nos tienen prisioneros.
Experimentando como nosotros mismos estamos orientados y separados, interrumpiendo en un profundo sentido de la gente y del resto de nuestro entorno, conscientemente o no, nos sentimos amenazados e inseguros. Somos pequeñísimos, insignificantes, seres cambiantes a la deriva en un vasto universo de potenciales amenazantes otros. Somos pequeños y relativamente ineficaces, que no somos inmensos y enormemente poderosos. Mirándonos a nosotros mismos de esta manera, nuestra tendencia natural es sobreenfatizar el proceso de recibir y expulsar. Tratamos nosotros mismos de aceptar tanto como podamos de lo que pensemos que pueda darnos seguridad – comida, bienestar y estatus – y apartar de nosotros todo lo que aparezca para amenazar esto. Nosotros hacemos todo esto bajo el engaño de que somos, en última instancia fijos y separados, sacar el mayor provecho del Samsara es lo mejor, y preservar nuestra imaginada separatividad del resto de la vida, constantemente rechazando las amenazas.
Este proceso está intrínsecamente inestable, por lo que nosotros no estamos orientados a entes inalterables. Como todo lo demás en el universo estamos en constante cambio, desde instante a instante. Nuestros inútiles intentos de resistir al cambio llevando nuestras vidas por lo seguro, esclavizados en la rutina, o siguiendo hábitos neuróticos como comer por placer y comprar por diversión, estancan nuestras energías y generan sufrimiento para nosotros y los demás. Aunque conozcamos el último estilo de zapatos y siempre tomemos un gran cappuccino, mientras dependamos de estas experiencias para nuestro sentido de valor interior y seguridad psicológica, nuestra posición va a permanecer fundamentalmente insostenible. Hasta aquellos que viven sus vidas en la cumbre de la moda algún día se enfermarán y morirán.
La sensación de seguridad de nosotros mismos de algún modo encaminado y completo – separado del resto de la vida – que nosotros constantemente tratamos de lograrlo, es imposible alcanzarlo en presencia de la realidad. Al final no podemos separarlo. De momento a momento nos afectados y somos afectados por todo en nuestro entorno. El aire que respiramos, la comida que comemos, las impresiones e ideas que tomamos, todo viene de nosotros mismos. No hay nada que no nos afecte en el continuo proceso de intercambio entre nosotros y nuestro entorno.
El mundo en que nos movemos está en un constante remolino de cambios. Sin embargo habiendo construido para nosotros una idea fija del mundo donde nosotros, como sujetos más o menos limitados y no cambiantes, interactuamos con un mundo de objetos estables, experimentamos una constante fricción entre las cosas tal y como son y el mundo de nuestras ilusiones. Tropezando con la realidad, pero indispuestos a reconocerla, sufriendo todo el tiempo. Solo soltando nuestro iluso aferramiento, podremos liberarnos del sufrimiento.
El deseo, el odio y el engaño tienen profundas raíces dentro de nuestra psique. El gallo, la serpiente, y el cerdo conducen el cubo de la Rueda. Entre ellos nosotros estamos muy condicionados de la manera en la cual vemos al mundo y de nuestro comportamiento. Somos la fuente de todo el sufrimiento, sin embargo, el Buda nos garantiza, que puede transformarnos. La avaricia puede transformarse en generosidad, el odio en compasión, y la ignorancia en sabiduría.
Hacer tales cambios requiere de un esfuerzo consistente en el tiempo, tal vez a través por muchas vidas, pero se puede hacer. No solamente eso; sino que también puede hacerse poco a poco. En cuanto empecemos a hacer un esfuerzo serio para socavar las raíces de los tres venenos dentro de nosotros practicando el camino de la ética, la meditación, y la sabiduría, nosotros inmediatamente comenzaremos a progresar. El deseo, el odio y el engaño no son nuestras únicas motivaciones; también tenemos dentro un deseo por lo bueno, y cuando le damos rienda suelta a ese deseo la fuerza que proviene del centro de la Rueda comienza a disminuir. Menos arrastrados por la avidez y la aversión ciegas, nos hacemos más conscientes del prospecto de la verdadera liberación, y nuestros corazones anhelarán más de esto que la familiaridad del deseo.
Cultivando la generosidad, la amabilidad, y la claridad, podemos empezar a pisar el camino de la vida espiritual del Budismo, el camino altruista que el Buda indica cuando él señala, como él lo hace en nuestra ilustración, de la liebre en la luna. Nuestra progresión a lo largo del camino puede ser rápida, o puede ser lenta, sin embargo de una cosa podemos estar seguros – con tal que hagamos un esfuerzo, el progreso por si mismo se garantizará.